viernes, 5 de octubre de 2007

Pequeñas clínicas, tristes experiencias

Nunca sospeché que mi regreso a una clínica sería tan deprimente. Estaba ahi por compañía, gracias a Dios, no por necesidad personal. Eran las 9 de la mañana cuando el doctor ordenó el ingreso... Una parca, pero luego algo amable enfermera, tomo los datos de mi madre, a quién de ahora en adelante llamaremos la víctima. Se llamaba Guadalupe, tenia el rostro moreno, inexpresivo y con algo de acné. Vivia al suroeste de Guayaquil y ese dia le tocaba turno completo de 24 horas.
-Pase, esta es su habitación, dijo Guadalupe, inventando una sonrisa.
Adentro, el panorama no podía ser más terrible. En medio de cuatro paredes, de un estruendoso verde chicle, estaba una cama de hospital con el colchón dos tallas menos del tamaño de la estructura. Las paredes estaban "decoradas" con una franja amarilla que atravesaba el cuarto desde la puerta hacia el lado derecho, y desde la puerta hacia el lado izquierdo el inocente verde pastel era impunemente violado por una franja blanca. La mezcla de colores me hacía sentir inquieta, alterada... Alto, en una de las esquinas yacía un antiguo televisor de perilla, blanco y negro, con el volumen descalibrado. En el piso abundaban hormigas y pequeñas cucarachas. Si la víctima la pasaba mal, el acompañante no la podía pasar mejor, pues para el que compartiera la tortura de estar ahi, había, dispuesto en una esquina, un sofá, casi al ras del piso, infestado de hormigas, polvo y un asqueroso olor a viejo y a guardado. Lo peor de todo, tener que pagar por todo esto.
El baño era otra infeliz aventura, pues era de 1X1, y recibía todo el calor del aire acondicionado, que por cierto, luego de un día de "hospedaje", empezó a lanzar humo y se quemó.
Cuando llegó el momento de la colocación del suero, a la gentil enfermera se le ocurrió utilizar un cateter de por lo menos unos 9 centímetros, cuando lo usual es que los sueros se coloquen con los de 5 centimetros. Mi pobre madre, que en cuestion de enfermedades ha aguantado casi todo, no pudo evitar sobrecogerse al ver la gigantesca aguja que sería insertada en su vena. Uno, dos, tres intentos...Pinchar una y otra vez, insertar la daga, sangre, ouch, no, ay!... Te vas a la verga enfermera! Salí en busca de un cateter decente para la víctima. Afuera la cosa estaba igual de fea... Chamberos olorosos a basura, calles oscuras y hombres morbosos...
Allí dentro de aquella clínica el tiempo no pasaba... Despues de autoputearme por la mala decisión de haber dejado a la víctima en aquel lugar, hoy ella descansa en una clínica decente.


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